Actualmente, de todos los usos en el ámbito civil que se les da a los drones (vehículos aéreos no tripulados), es en la agricultura donde muestran un mayor desarrollo, ya que es uno de los campos con mayor experiencia para los drones.
El uso de drones en el campo se remonta hasta hace casi veinte años en algunos países como Japón, donde en 1983 el Ministerio de Agricultura, consciente del problema que suponía el envejecimiento de la población rural, ideó un proyecto para atraer a los jóvenes al trabajo en el campo, consistente en una serie de medidas destinadas a la modernización de la agricultura.
Se le encargó a la empresa Yamaha la creación de un vehículo no tripulado que ayudara en las tareas del campo. Yamaha desarrolló su modelo Rmax, que comenzó a operar en los años 90 del siglo pasado en tareas como siembra y fumigación de arrozales.
Actualmente, se calcula que casi el 50% de los arrozales en Japón cuentan con al menos un dron a su servicio.
El éxito de los drones en el ámbito agrícola se debe sin duda a que sus posibilidades son ilimitadas, pudiendo utilizarse en prácticamente cualquier campo, desde medición de parcelas, detección y control de plagas, control del estado de los cultivos, detección de problemas en los sistemas de riego, etc.
Tampoco podemos olvidar que, en algunos países, el uso de drones se encuentra con fuertes restricciones legales: el simple hecho de sobrevolar una zona urbana con un dron con cámara, puede suponer una vulneración del derecho a la privacidad, que puede acarrear problemas legales para el piloto. Este problema se minimiza en el uso agrícola, ya que normalmente su uso se limita a zonas con escasa densidad de población.
En definitiva, el uso de drones en el mundo agrícola está ya tan extendido que forma parte de lo que se ha dado en llamar Agricultura de precisión, un concepto agronómico que se basa en el uso de herramientas como GPS, sensores, satélites y drones para estimar y evaluar la variabilidad en el campo.
Las principales ventajas de la Agricultura de precisión son:
- Económicas. Por un lado disminuye los costes de producción, ya que permite ajustarse mucho más a las necesidades reales del cultivo; por otro lado, aumenta la productividad de las parcelas, ya que permite una mayor eficiencia en las labores agrícolas.
- Medioambientales. Proporciona una reducción del impacto ecológico vinculado a la actividad agrícola, permitiendo por ejemplo una mayor eficacia en la aplicación de productos fitosanitarios, evitando su dispersión descontrolada.